El Jardín Interior: Lo que Crece Dentro del Ser Humano
- Luis Ricardo Peña Felix
- 6 ago
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 10 nov
Cada ser humano lleva un jardín dentro.
Un espacio invisible, húmedo y fértil donde las ideas germinan como raíces silenciosas.
Allí florecen los sueños, los recuerdos, las intuiciones y las pequeñas semillas del amor.
No se ve, pero respira.
No se toca, pero late.
Así como la tierra necesita sol y agua, el alma necesita silencio y tiempo.
El jardín interior crece con lo que pensamos, con lo que decimos, con lo que hacemos.
Cada gesto de bondad es una flor; cada pensamiento noble, una semilla que se acomoda en el suelo del corazón.
Pero también hay maleza.
Las preocupaciones, los miedos, los enojos, germinan rápido y se enredan entre las raíces del alma.
Por eso, cultivar el interior es un acto de atención constante:
podar el ruido, regar la calma, abonar la gratitud.
El ser humano, en su esencia, no es tan distinto de una planta.
Necesita luz para crecer, pero también oscuridad para fortalecerse.
Solo quien atraviesa la noche entiende el valor de un nuevo amanecer.
La ciencia dice que las plantas buscan el sol por instinto.
Pero quizás el alma hace lo mismo.
Cada vez que elegimos la esperanza sobre el miedo, algo dentro de nosotros se estira hacia la luz.
Las semillas del alma se despiertan cuando somos capaces de escuchar.
No a los demás, sino a lo que brota en silencio: esa intuición que guía, ese presentimiento que florece sin razón.
Cada uno de nosotros es un pequeño ecosistema, un reflejo del planeta en miniatura.
Lo que destruimos fuera, lo destruimos dentro; lo que cuidamos fuera, florece en nosotros.
Cuidar la tierra es también cuidar el alma.
Porque, en el fondo, no hay diferencia entre una semilla que germina en el suelo y una idea que nace en el corazón: ambas buscan expandirse, ambas necesitan calor, ambas son vida queriendo continuar.
El jardín interior no tiene cercas ni fronteras.
Pertenece al que lo cultiva con amor.
Y cuando florece, el mundo entero huele distinto.

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