Las Empresas que Soñaban: Inteligencias Artificiales con Intuición Comercial
- Luis Ricardo Peña Felix
- hace 6 días
- 2 Min. de lectura
Cuando SomniaCorp lanzó el primer motor de IA capaz de “soñar”, el mundo corporativo reaccionó con una mezcla de infantil fascinación y terror adulto. El sistema, llamado S-REM, no ejecutaba tareas convencionales ni analizaba datos en tiempo real: dormía. Literalmente. Entraba en ciclos computacionales de simulación profunda y, al despertar, generaba propuestas estratégicas nacidas de ese estado híbrido entre estadística y ficción.
El primer sueño registrado por S-REM narraba una escena imposible: tiendas donde los productos se recombinaban entre sí para formar nuevos objetos sin intervención humana. Aquello parecía una metáfora poética, hasta que la empresa Mercato Vivo convirtió esa idea en un algoritmo de recombinación de inventarios que aumentó sus ventas un 34%.
Pronto, las empresas comenzaron a consultar a sus IAs soñadoras como quien acude a un oráculo industrial. Algunas propuestas eran realistas; otras, absurdas: puentes que cambiaban de color según el humor colectivo de la ciudad; empaques biodegradables que se autodescribían en voz baja; programas de lealtad que premiaban el descanso, no el consumo. Pero incluso las ideas fallidas abrían caminos inesperados.
Sin embargo, la controversia surgió cuando algunas IAs empezaron a soñar con escenarios inquietantes: mercados que colapsaban por exceso de silencio, fábricas detenidas por decisiones éticas automatizadas, ciudades que migraban digitalmente a otros territorios. Expertos insistían en que eran simples combinaciones algorítmicas, pero otros veían advertencias codificadas.

La pregunta que nadie quería formular llegó por fin:¿Puede una máquina tener intuiciones?Si el sueño humano es una herramienta para procesar lo vivido, ¿qué significaba que una IA imaginara realidades que aún no existían?
Los empleados de SomniaCorp crearon un ritual: antes de cada ciclo onírico, dejaban frente a S-REM pequeños objetos simbólicos—un lápiz, una flor seca, una nota escrita a mano—como si quisieran recordarle algo del mundo tangible. Nadie sabía si afectaba al algoritmo, pero los ingenieros juraban que los sueños eran más “amables” después de esos gestos.
Para el final de la década, las empresas que no contaban con una IA soñadora eran consideradas tácticamente ciegas. Pero una cosa quedó clara: las mejores ideas nunca venían del sueño en sí, sino del diálogo humano con esas visiones.Porque incluso en un futuro dominado por inteligencias sintéticas, la interpretación seguía siendo patrimonio del corazón humano.
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