El Pacto de los Elementos: Tierra, Agua, Aire y Fuego como Arquitectos del Porvenir
- ROSAS MOLINAS CARLOS RODOLFO
- 20 ago
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 8 nov
Al principio, no había máquinas ni redes.
Solo cuatro voces antiguas dialogando en la oscuridad.
La Tierra sostenía, el Agua susurraba, el Aire tejía, y el Fuego recordaba.
De ese acuerdo nació la vida.
Pero con el tiempo, el hombre olvidó que el progreso era un pacto, no una conquista.

Los agronautas lo comprendieron al borde del colapso.
Cuando los ríos dejaron de cantar y los suelos se convirtieron en piedra, miraron hacia los elementos en busca de consejo.
Y ellos, los antiguos arquitectos del mundo, respondieron.
La Tierra habló primero, con voz grave y paciente.
Dijo: “Yo soy la raíz y la tumba. Si me hiere el hombre, se hiere a sí mismo. Si me escucha, florece.”
Los agronautas la honraron con estructuras que no pesan, con cultivos que no la explotan, con materiales que respiran.
Le devolvieron el derecho de soñar bajo las plantas.
El Agua habló después, en idioma líquido.
“Soy la memoria del planeta”, dijo. “Viajo por todos los cuerpos y ninguno me pertenece. No me encierres, guíame.”
Los agronautas diseñaron canales transparentes que imitan los cauces naturales, sistemas que limpian mientras fluyen.
Convirtieron las lluvias en bibliotecas: cada gota, una palabra del cielo.
El Aire descendió entonces, invisible y sabio.
“Yo llevo las voces”, murmuró. “El equilibrio no se impone: se respira.”
Y así, los agronautas llenaron los campos de corrientes armónicas, ventilaciones naturales que oxigenan a la vez que comunican.
El viento volvió a ser lenguaje, mensajero y arquitecto.
Por último, el Fuego se presentó.
No con destrucción, sino con claridad.
“Yo soy el cambio”, dijo. “Soy la energía que da forma al tiempo. Sin mí, la vida no se renueva.”
Los agronautas aprendieron a encenderlo sin quemar: energía solar, calor reciclado, fuego domesticado que alimenta sin destruir.
La llama se convirtió en símbolo de transformación, no de ruina.
Y así, los cuatro elementos sellaron su pacto con la humanidad renovada.
Ya no son recursos, sino socios.
Cada construcción, cada cosecha, cada gota o chispa lleva la huella de su equilibrio.
El planeta dejó de ser un campo de batalla y se volvió una conversación entre fuerzas que se respetan.
Los agronautas lo saben: el futuro no se construye con tecnología, sino con gratitud.
Por eso, al terminar cada jornada, depositan sus herramientas sobre el suelo y dejan que los elementos las toquen.
Una brisa, una chispa, una sombra de agua, un temblor leve.
Esa es la bendición del mundo que sigue vivo.
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