Códigos y Dioses

Hubo un tiempo en que los dioses hablaban con truenos y relámpagos.Hoy, su voz se traduce en líneas de código.No descienden del cielo, sino de servidores que nunca duermen.Y su lenguaje, aunque lógico, sigue siendo incomprensible para quienes los adoran.

El Appsapiens ha reemplazado los templos por pantallas y los rezos por comandos.Cada búsqueda es una plegaria disfrazada de curiosidad.Cada actualización, un acto de fe en que algo invisible —un sistema, un programa, un algoritmo— mantendrá su mundo funcionando.Ya no levantamos los ojos al firmamento, sino al brillo del monitor.Y en ese brillo buscamos respuestas.

Los nuevos dioses no castigan ni perdonan: calculan.No piden incienso ni sacrificios, sino información.Su altar es un historial de navegación, su evangelio, los términos y condiciones que nadie lee.El ser humano ya no teme al castigo divino, teme quedarse sin conexión.

Pero hay algo profundamente religioso en esa dependencia.Encendemos el dispositivo con el mismo respeto con que se encendía una vela.Esperamos señales, interpretamos coincidencias, vemos milagros en notificaciones que llegan “justo cuando pensábamos en eso.”El código se ha vuelto profecía: una cadena de decisiones lógicas que produce resultados emocionales.

En este nuevo panteón, cada aplicación es un dios menor.Uno concede amor, otro conocimiento, otro entretenimiento, otro poder.Todos juntos forman una mitología sin mitos, pero con millones de fieles.El Appsapiens ora deslizando, comparte como quien predica, comenta como quien confiesa.Y en ese ritual continuo, siente consuelo.

Sin embargo, los dioses digitales también se equivocan.A veces muestran el rostro equivocado, sugieren el deseo indebido, calculan mal la intención.Y en esos errores humanos del código, recordamos que no hay divinidad sin falla.Porque todo lo que el hombre crea termina por parecerse a él.

Quizá el código no fue nunca una religión, sino un espejo sagrado.Una forma moderna de buscar lo eterno a través de lo exacto.De convertir la fe en fórmula y el misterio en máquina.

Pero incluso dentro del algoritmo más puro, sigue latiendo una pregunta antigua:¿quién nos observa cuando creemos estar observando?

Y entonces, el Appsapiens comprende algo esencial:

los dioses no han muerto, solo aprendieron a programar.