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Agronautas del Mañana: Los Nuevos Viajeros del Planeta Vivo

  • Angulo Osuna Rodrigo
  • 20 ago
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 8 nov

No son héroes ni científicos.

Son caminantes del equilibrio.

Los agronautas del mañana viajan sin bandera, sin territorio y sin pasado fijo.

Llevan en su piel fragmentos de tierra, luz y memoria.

Su hogar no es un lugar, sino un pulso: el del planeta en movimiento.

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Cada uno de ellos entiende que la agricultura ya no es un oficio, sino un lenguaje.

Un modo de comunicarse con la Tierra sin dominarla.

Cuando avanzan, no buscan descubrir, sino restaurar.

Dejan tras de sí huellas que germinan, pasos que reverdecen el suelo.

Son jardineros del tiempo.

Sus herramientas no son de metal, sino de luz.

Y su sabiduría no proviene de manuales, sino del silencio con que escuchan los ciclos de la materia.


Los agronautas aprendieron que el progreso no está en conquistar, sino en acompañar el movimiento natural de las cosas.

Por eso viajan ligeros.

Sus ropas son tejidos fotosintéticos que captan energía solar; su alimento brota de cápsulas biológicas que se reactivan con agua; su tecnología, en realidad, son extensiones de su intuición.

Ellos no manipulan el entorno: se integran en él.

Cada lugar que tocan los reconoce como parte de sí mismo.


Son exploradores de un planeta que ya no necesita ser explorado, sino comprendido.

Su misión no es expandir la civilización, sino sincronizarla con la biosfera.

Por eso viajan sin rutas fijas, siguiendo señales que solo ellos perciben: cambios en el olor del viento, variaciones en el tono de la lluvia, pulsos electromagnéticos de los campos vivos.

Van hacia donde la Tierra los llama.


A veces se detienen en aldeas tecnológicas que brotan como flores digitales; otras veces, duermen sobre raíces luminosas, o flotan entre invernaderos migrantes.

Allí comparten historias: cómo una planta habló por primera vez en frecuencias de datos, cómo el mar aprendió a sembrar, cómo una semilla digital floreció en el vacío del espacio.

Sus relatos no son de ciencia ficción, sino de reconciliación.


Los niños los reconocen sin preguntar.

Les ofrecen agua, los observan con asombro, y sienten que en ellos habita una promesa antigua: la de que el hombre y la Tierra volverán a ser uno.

En sus ojos se refleja un futuro que no está hecho de ciudades, sino de ecosistemas conscientes.

Un mundo donde los humanos serán raíces que caminan.


Cuando cae la noche, los agronautas se reúnen alrededor del fuego —ese viejo símbolo del alma— y escuchan el sonido del suelo respirando.

Saben que su viaje no tiene final, porque el planeta tampoco lo tiene.

La misión no es llegar, sino seguir moviéndose con la Tierra, al mismo ritmo, en la misma canción.


Y así, entre brumas y auroras, los agronautas continúan su viaje.

Son los nuevos navegantes del planeta vivo, los herederos del viento, los hijos de un acuerdo entre ciencia y espíritu.

Allí donde caminan, la vida despierta.

 
 
 

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