Genética Viva: La Conexión entre la Semilla y el Ser
- Luis Ricardo Peña Felix
- 20 ago
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 10 nov
El universo tiene un pulso,
y ese pulso late también en nosotros.
Desde el primer aliento hasta la última exhalación,
cada ser humano respira el mismo ritmo que hace germinar a las semillas,
el mismo impulso que mueve las mareas,
el mismo código que la Tierra repite, una y otra vez, en cada forma de vida.
La genética no es propiedad de la biología;
es el idioma con el que el cosmos conversa consigo mismo.
Somos parte de esa conversación,
una frase en un poema infinito escrito con raíces, sangre y luz.
Cada célula humana contiene los rastros del primer organismo que emergió del mar.
Cada semilla guarda dentro el recuerdo de las estrellas que le dieron origen.
No hay separación entre el cuerpo y el planeta,
solo distintas maneras de expresar la misma vida.
La genética viva es más que ADN.
Es conciencia vibrando a través de la materia.
Es la inteligencia invisible que organiza el caos,
que enseña al tallo a buscar el sol,
al corazón a latir,
a la mente a imaginar.
Si pudiéramos escuchar nuestro interior,
descubriríamos que en nosotros germinan los mismos patrones que en la Tierra:
las redes neuronales reflejan raíces,
los vasos sanguíneos imitan ríos,
las sinapsis relampaguean como tormentas sobre un bosque.
Somos un reflejo exacto del planeta que habitamos.
Por eso, cuidar la Tierra no es un acto externo:
es un acto de autoconservación espiritual.
Cada bosque que se tala deja una herida en la conciencia humana,
cada semilla que germina sana un fragmento de nuestra memoria colectiva.
La conexión entre el ser y la semilla es una alianza antigua.
La Tierra nos alimenta, y nosotros la recordamos.
Ella nos enseña a adaptarnos sin perder la esencia,
a florecer después de la tormenta,
a morir sin miedo, porque sabe que la muerte también es semilla.
El ser humano no es el centro de la vida: es una hoja más en el árbol universal.
Y cuando lo comprende, deja de dominar para empezar a participar.
La genética viva no se estudia; se siente.
Es el temblor que ocurre cuando una semilla brota en el alma,
cuando la ciencia y la poesía dejan de ser opuestas,
cuando el conocimiento se convierte en gratitud.
Somos el experimento más hermoso de la naturaleza:
una conciencia capaz de comprender que todo está vivo.
Y mientras sigamos escuchando ese latido,
el planeta también seguirá respirando con nosotros.

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