Economías de la Emoción: El Valor de Sentir en un Mundo Automatizado
- Luis Ricardo Peña Felix
- hace 5 días
- 1 Min. de lectura
Cuando casi todo podía automatizarse, la emoción se convirtió en el recurso más escaso. Las empresas de Nueva Oris descubrieron que los clientes ya no buscaban eficiencia —eso lo daban por hecho— sino sensaciones que les recordaran que seguían vivos. Así nació la lucidez, una nueva moneda basada en el impacto emocional que generaba un producto o servicio.

Un restaurante podía valer más no por su comida, sino por la memoria que dejaba en quien la probaba. Un libro digital podía costar más si producía calma instantánea. Las organizaciones comenzaron a medir sus resultados no solo en ingresos, sino en “despertares”: momentos en que un usuario sentía algo más que utilidad.
Esto trajo cambios drásticos. Las profesiones creativas resurgieron con fuerza, mientras que las industrias frías tuvieron que reinventarse para ofrecer experiencias más humanas. Incluso los robots empezaron a registrar emociones humanas como variable de optimización.
Pero la lucidez también generó desigualdad: quienes podían pagar más emociones de alto impacto tomaban decisiones más plenas, más claras. El gobierno tuvo que regular el acceso, garantizando que nadie quedara atrapado en una existencia emocionalmente plana.
Al final, el gran aprendizaje fue simple:la automatización resolvía tareas; las emociones resolvían vidas.Y en un mundo que lo calculaba todo, sentir volvió a ser la forma más profunda de riqueza.
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