Semillas y Granos: Energía Pura para un Cuerpo Consciente
- Luis Ricardo Peña Felix
- 14 ago
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 10 nov
El cuerpo humano es una chispa que necesita encenderse cada día.
No solo con movimiento, sino con energía que provenga de la vida.
Las semillas son, en esencia, pequeñas centrales solares: almacenan la luz del sol en forma de alimento, condensando en su interior la energía que sostiene al mundo.
Cuando una semilla entra en el cuerpo, no solo alimenta: despierta.
Libera su memoria mineral, su sabiduría botánica, su pulso de crecimiento.
El ser humano, al comerla, se alinea con esa frecuencia natural.
Su cuerpo reconoce el patrón de la vida y responde:
las células respiran mejor, la mente se aclara, el alma se siente más ligera.
La energía de las semillas es distinta a cualquier otra.
No nace del exceso, sino del equilibrio.
No impulsa a la ansiedad, sino al fluir.
Es una energía circular, paciente, constante, como el movimiento del planeta alrededor del sol.
El cuerpo consciente sabe distinguirla.
Sabe que no toda energía es vida.
Sabe que lo que proviene del artificio se quema rápido,
y que lo que viene de la tierra perdura.
Por eso, nutrirse con semillas y granos no es solo una elección alimentaria:
es un acto de coherencia con la naturaleza.
Cada semilla es una cápsula de armonía.
Sus aceites restauran, sus proteínas reconstruyen, sus enzimas despiertan procesos dormidos.
Pero su poder más profundo no se mide en calorías, sino en vibración.
Porque la vida no se cuenta en números, sino en ritmos.
El cuerpo es un jardín en movimiento.
Y cuando recibe alimento vivo, florece.
El corazón late con más presencia, la respiración se hace más profunda, los pensamientos se vuelven claros.
El ser humano vuelve a sentirse parte de la Tierra, no como espectador, sino como extensión de ella.
La energía consciente no empuja: guía.
No acelera: armoniza.
Y en esa armonía, el cuerpo encuentra su propósito: ser puente entre lo visible y lo invisible, entre la materia y la luz.
Comer semillas es recordar que venimos del polvo y la savia,
que la energía más pura no se fabrica: se cultiva.
El cuerpo no solo vive de lo que consume,
sino de lo que agradece.

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