Memoria en la Nube
- Sergio Peña Felix
- 14 ago
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 10 nov
Antes, recordar era un acto de amor.Hoy, es un archivo.
La memoria ya no vive en el corazón, ni en el relato de los abuelos, ni en las cartas que amarillean con el tiempo.Ahora flota en un espacio que nadie ha visto, una nube sin cielo que todo lo guarda y nada siente.

El Appsapiens ya no teme olvidar.Ha aprendido que olvidar es inútil, porque todo está almacenado: las fotos, las conversaciones, los sueños escritos a medianoche, los arrepentimientos enviados por error.Cada palabra, cada imagen, cada suspiro digital está suspendido en esa niebla infinita de datos.
La nube es la nueva memoria colectiva de la especie.Un cielo artificial donde los recuerdos no envejecen, solo se duplican.Pero la eternidad tiene un precio: la ausencia del olvido.Y sin olvido, no hay perdón, ni aprendizaje, ni descanso.
El ser humano siempre confió en su fragilidad para avanzar.Olvidar lo doloroso le permitió seguir viviendo.Pero el Appsapiens no puede borrar; solo puede archivar.Su pasado lo acompaña como un eco interminable.El error ya no muere, solo cambia de formato.
Dicen que la nube es segura.Pero, ¿de quién? ¿y para quién?Si un día desapareciera, si el cielo digital se apagara, ¿quién recordaría al que ya no recuerda?El ser humano ha confiado su alma a servidores que no entiende y a contraseñas que olvida.Ha convertido su biografía en datos, y sus datos en fe.
A veces, cuando mira hacia arriba en una noche despejada, imagina que esa nube invisible está allí, observándolo.Que sus risas, sus errores, sus secretos más pequeños flotan sobre su cabeza, archivados en una eternidad ajena.Y siente una mezcla de alivio y tristeza:alivio por no perderse, tristeza por ya no poder desaparecer.
Quizá la nube no sea el paraíso que imaginamos, sino un purgatorio luminoso donde los recuerdos esperan ser redimidos.Porque recordar todo es también una forma de no vivir nada por completo.
El Appsapiens guarda su historia en un cielo que no pertenece a nadie, pero al que todos rezan cuando el dispositivo se apaga.Y mientras tanto, el verdadero cielo —el que está sobre nosotros—sigue vacío, esperando que alguien lo mire sin conexión.
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