La Última Semilla: El Renacimiento de la Tierra y del Alma
- Luis Ricardo Peña Felix
- 20 ago
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 10 nov
Un día, cuando el mundo parezca agotado,
cuando los campos duerman y los ríos callen,
quedará una sola semilla.
Pequeña, frágil, invisible para la prisa.
Una semilla que guardará dentro el eco de todas las otras,
la memoria de los bosques, el canto del agua,
la respiración del viento.
Esa será la última semilla,
pero también la primera.
Porque la vida no termina: se repliega para comenzar de nuevo.
El planeta, aunque herido, nunca olvida su instinto de regeneración.
Bajo los desiertos, bajo las ruinas, bajo el silencio,
la Tierra sigue escribiendo su mensaje:
“Mientras exista una semilla, existirá esperanza.”
El renacimiento no llega con estruendo, sino con paciencia.
Una sola raíz puede partir la piedra,
una hoja puede traer de vuelta la lluvia,
una flor puede recordar al mundo su propósito.
Y así, del polvo, la vida regresará.
El alma humana, cansada de correr, se detendrá a mirar cómo el verde vuelve a cubrirlo todo.
Entenderá, al fin, que el paraíso no era un lugar perdido,
sino una relación olvidada.
La última semilla será sembrada por manos nuevas,
quizás por un niño,
quizás por un viajero que aún cree,
quizás por la propia Tierra,
que se planta a sí misma para volver a florecer.
Cuando brote, no germinará solo una planta,
sino un recuerdo:
el de que fuimos parte de algo más grande,
de una inteligencia sin frontera,
de una red que respira entre raíces y constelaciones.
El alma del planeta y la del ser humano son la misma savia.
Ambas se cansan, ambas se regeneran, ambas sueñan con florecer.
Y cuando se reencuentran, el tiempo se detiene.
La última semilla será el comienzo del silencio sagrado,
del equilibrio recobrado,
del agradecimiento sin palabra.
Y entonces, cuando el primer brote atraviese la oscuridad,
la Tierra sonreirá en silencio,
sabiendo que su misión nunca fue durar,
sino renacer.

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