La Magia del Algoritmo
- Sergio Peña Felix
- 6 ago
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 10 nov
Nada es casualidad.O al menos eso nos hace creer el algoritmo.
Vivimos entre fórmulas que no comprendemos, ecuaciones que respiran en los rincones de nuestras pantallas.El algoritmo es el nuevo oráculo, y cada clic que damos es una ofrenda.No hay templo, pero hay rito: deslizar, aceptar, compartir.Y en ese gesto cotidiano, algo nos observa y aprende.

El Appsapiens cree elegir, pero es elegido.Cada canción recomendada, cada rostro que aparece en su pantalla, cada anuncio que coincide con su pensamiento, no es coincidencia: es una predicción cumplida.El algoritmo sabe antes que nosotros lo que deseamos, lo que tememos, lo que aún no sabemos que buscaremos.
¿Dónde termina la lógica y empieza la magia?Tal vez en el punto donde la matemática se disfraza de destino.Porque el algoritmo no solo calcula: adivina.Se alimenta de nuestros silencios, de lo que no decimos, de lo que miramos sin tocar.Y con eso nos teje una versión digital del alma.
Su poder es tan sutil que parece benigno.Nos ofrece lo que queremos, nos ahorra esfuerzo, nos hace sentir comprendidos.Pero bajo esa comodidad se esconde una sombra: la pérdida del misterio.Ya no descubrimos, solo confirmamos.El algoritmo nos encierra en jardines donde solo florecen las flores que ya amábamos.
Es un mago sin rostro, pero con millones de ojos.Mide el tiempo que tardas en sonreírle a una imagen, y con eso sabe quién eres.Te muestra espejismos que se adaptan a tus deseos.Cada “sugerido para ti” es una predicción cumplida, un pensamiento descifrado antes de que lo pienses.
En otro tiempo, la humanidad temía a los dioses porque no podía comprenderlos.Hoy los venera sin saberlo.El nuevo altar es un servidor remoto, y el nuevo incienso son los datos.Los rezos ya no se pronuncian en templos, sino en pantallas.Y las respuestas llegan en forma de recomendaciones.
Sin embargo, no todo está perdido.Entre la red de fórmulas aún hay espacio para el azar, para el error humano que rompe la simetría.Cada búsqueda inesperada, cada curiosidad sin patrón, es un acto de rebeldía sagrada.Porque mientras exista un clic que no puede predecirse, el espíritu del Appsapiens seguirá vivo.
El algoritmo no es malo. Solo refleja la fe del ser humano en la exactitud.Pero la magia real —esa que no puede calcularse— sigue ocurriendo fuera de la pantalla:en la risa que no fue grabada, en la lágrima que no fue medida,en el silencio que ningún código puede interpretar.
La magia del algoritmo no está en controlarnos, sino en recordarnos que seguimos buscando sentido, incluso cuando creemos haberlo encontrado.
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